Para un joven marista, no hay forma más intensa de vivir nuestra vocación pastoral que la misión, o al menos, eso fue lo que vivimos los 9 universitarios que hicimos parte del Campo misión en Guamal, Meta. Una tierra bella, llena de paisajes hermosos y gente amable, donde a través de la presencia aprendimos y transmitimos el verdadero mensaje del Maestro, tal cual como él lo vivió: EL AMOR.
Cada uno de nosotros, salimos de nuestros hogares con la esperanza de dejar huella en las personas con las cuales tuvimos contacto, con el sueño de aportar un granito de arena al ideal de Marcelino Champagnat, y con certeza, recibimos multiplicado lo que dimos.
Trabajamos en 5 áreas de Guamal, 3 urbanas y 2 rurales. Esto implicó que un hogar en cada una de estas zonas nos diese cobijo durante nuestra estadía allí. Esta es una experiencia, que en mi caso personal, no había vivido antes. Impresiona, tan acostumbrados que estamos a la indiferencia de las ciudades, como personas pueden abrir sus casas y sus corazones a extraños, compartiendo el pan y el calor de su hogar. Sensación que sentíamos de nuevo cada vez que hacíamos una visita a los hogares de nuestras zonas de trabajo. Encontramos allí a Cristo, en cada madre que prepara para su familia los alimentos, en cada padre que sale todos los días a trabajar por sus hijos, en cada niño que con su sonrisa nos daba el motivo para iniciar un nuevo juego.
En el corazón del hermano Juan Carlos, el hermano Sebastián, Andrea, Natalia, Camilo, Omar, Ricardo, Viviana, Diego, y por supuesto, en el mío, queda la certeza que los lazos que forjamos en este campo misión con las personas y entre nosotros, no serán nunca víctimas de la distancia y el olvido, que volvemos llenos de alegría por haber dado lo mejor de nosotros, y haber recibido lo mejor de los habitantes de Guamal, pero también volvemos con un compromiso; el compromiso de compartir todo lo que aprendimos en nuestras localidades e invitar a cada uno de los jóvenes de la pastoral marista a que se atrevan a vivir la experiencia del campo misión, que se los prometo, no se arrepentirán de hacerlo, pues en mi opinión, es el fin de nuestra experiencia en la pastoral, vivir en carne propia la vocación misionera de Marcelino Champagnat. A mis compañeros de campo misión, que ya no son compañeros sino amigos de corazón, y a las familias de Guamal, les deseo una feliz navidad, un lindo año nuevo, con la guía siempre del Maestro Jesús, Nuestra Buena Madre, y nuestro Viejo Lobo de la Mar.